Los seres humanos comemos en función de nuestras emociones. En las películas siempre lo vemos, una chica llorando con una tarrina de helado gigante. Pero eso no significa que sea buena idea. La ciencia puede explicar nuestro apetito emocional analizando qué nos produce esa ansia.
3 grandes hormonas favorecen esa ansiedad:
El cortisol es la principal hormona del estrés. Regula nuestro organismo utilizando los carbohidratos, las grasas y las proteínas. Así que, si estamos estresados o ansiosos puede que nos apetezca algo comer algo. Normalmente alimentos con azúcar, grasa y sal.
Luego está la dopamina, un neurotransmisor asociado a la percepción de recompensas. Aparece ante la promesa de que va pasar algo positivo, como saber que tienes para comer tu plato favorito. Eso se llama alimento de recompensa, ya que produce un chute de dopamina que te hace volver a buscar esa fuente de energía.
Y como último, la serotonina o “la hormona de la felicidad” que no se encuentra exactamente en la comida. Pero el triptófano, que es necesario para producir serotonina, sí que está en los alimentos. Suele estar presente en el queso y el chocolate. De ahí que los sándwiches de queso fundido nos parezcan tan placenteros y el chocolate ayude a mejorar el ánimo.
Ayuda a distraer las emociones
Según los expertos, el estrés y el aburrimiento son dos de los causantes del apetito emocional. Solemos utilizar la comida para marcar el tiempo; el almuerzo, por ejemplo, sirve para hacer una pausa de la jornada laboral. Así que es fácil asociar la comida a una forma de alivio o desconexión del estrés.
Otro contexto es la utilización de la comida como forma de celebración cuando estamos felices. Si te paras a pensar en cómo se celebran los grandes logros y el ocio, siempre estamos rodeados de comida. Cuando vamos al cine o al salir a dar una vuelta, forma parte de las relacionarse humanas.
Preferimos comer que enfrentarnos a sentirnos mal
A veces sabemos lo que estamos haciendo y otras, no. Luego llegamos a entender lo que nos pasa: pena, remordimiento, arrepentimiento…Cambiamos ese primer malestar, que nos asusta, por la sensación familiar que viene después de la comida.
Normalmente los alimentos de consuelo o recompensa no son saludables. Cuando comemos con las emociones, queremos dulces o pasta o unas patatas fritas. La cultura ayuda a que consideremos a algunos alimentos como placeres culpables.
En cualquier caso, estamos reemplazando nuestros sentimientos por las emociones que produce la comida, ya sean por tristeza o alegría.
¿Cómo puedo controlar mi apetito emocional?
A cualquier experto que preguntes te dirá que el apetito emocional con moderación puede ser bueno. Pero si se lleva a cabo sin control, puede dañarte física y emocionalmente.
Pero, ¿cómo separamos nuestras emociones de lo que comemos?:
- Lo primero es recordar que el objetivo de comer es nutrirse.
- El segundo es preguntarnos si de verdad tenemos hambre o no nos atrevemos a enfrentarnos a nuestros sentimientos.
- Y el tercero es mejor que seamos conscientes en todo momento de qué estamos comiendo.
Si estás intentando reducir tus hábitos de apetito emocional, tampoco te limites a comer lechuga. No dejes de golpe todos tus vicios alimentarios; no te mortifiques cada vez que caigas y piensa en otras formas de confort/ recompensa. Porque comer para evitar enfrentarse a los sentimientos es como ponerse una tirita en un pie roto.
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