Puede que ni siquiera te hayas parado a pensarlo, salvo porque aparece en la noticias, pero, cada 4 años, tenemos un día «extra». Más concretamente, febrero tiene un día extra. Y, aunque todos sabemos lo que significa un año bisiesto, a lo mejor no sabes el por qué de esta anomalía.
Años de más de 365 días
La realidad es que los años no duran 365 días exactos, si no que duran un poco más de tiempo. Exactamente 5 horas y 48 minutos más. Sin embargo, como no queda especialmente «bien» ni «bonito» que los años duren ese tiempo es más fácil hacer «recuperaciones».
Por eso mismo, cada 4 años añadimos ese día «perdido». Aunque no solo eso es curioso de este día. Porque es una tradición que se remonta a los tiempos de Julio César. Y es que los romanos incluían este día «extra» entre el 23 y el 24 de febrero. La expresión usada era «bis sextus calendas martii» (el sexto día antes de marzo).
La culpa la tienen los romanos
Esto puede sonar raro. Sobre todo porque febrero no tiene 30 días, ¿verdad? Bueno, para los romanos sí que los tenía. O, más concretamente, había treinta días entre las fechas de referencia que utilizaban como calendario.
Algo que, con la llegada del calendario gregoriano (el que usamos actualmente) fue cambiado. Y, del mismo modo que febrero pasó a tener 28 días, ese día «extra» se añadió al final del mes.
Un año «loco»
Sin embargo, no es el único cambio que el año bisiesto ha sufrido a lo largo de la historia. Y es que la creación del calendario juliano en el año 49 a.C. supuso no solo el primer año bisiesto, si no también el año más largo de la historia, con 445 días. Un «parche» que se puso para ajustar la diferencia entre calendarios.
Porque, inicialmente, todos los años divisibles entre cuatro serían bisiestos, mientras que en el calendario gregoriano se excluyen los que también son divisibles entre 100. A menos que, además de ser divisible entre 100 y entre 400, escenario en el que sí que el año sería bisiesto.
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